9.21.2007

SOÑAR

No había fiesta en el llano ni baile de joropo sin el arpa mágica del maestro Figueredo. Sus dedos acariciaban las cuerdas, se prendía la alegría y brotaba incontenible el ancho río de su música prodigiosa. Se la pasaba de pueblo en pueblo, anunciando y posibilitando la fiesta. El, sus mulas y su arpa, por los infinitos caminos del llano. Una noche, tenía que cruzar un morichal espeso y allí lo esperaron los bandidos. Lo asaltaron, lo golpearon salvajemente hasta dejarlo por muerto y se llevaron las mulas y el arpa. A la mañana siguiente, pasaron por allí unos arrieros y encontraron al maestro Figueredo cubierto de moretones y de sangre. Estaba vivo pero en muy mal estado. Casi no podía hablar. Hizo un increíble esfuerzo y llegó a balbucear con unos labios entumecidos e hinchados, "me robaron las mulas". Volvió a hundirse en un silencio que dolía y, tras una larga pausa, logró empujar hacia sus labios destrozados una nueva queja: "Me robaron el arpa". Al rato, y cuando parecía que ya no iba a decir más nada, empezó a reír. Era una risa profunda y fresca que, inexplicablemente, salía de ese rostro desollado; y, en medio de la risa, el maestro Figueredo logró decir "¡Pero no me robaron la música!".No permitamos que nos roben la ilusión, la esperanza, los sueños, la utopía. "La historia se acabó", pontificó el nipón estadounidense Francis Fukuyama, corno expresión de esa cultura neoliberal que se presenta con pretensiones hegemónicas, y busca convencemos de que este es el mejor de los mundos posibles y por ello no tiene sentido intentar cambiarlo. La felicidad queda reducida a los meros niveles del consumo y los sueños rebajados a conseguir objetos de marcas que nos distingan y nos siembren la ilusión de que somos superiores y mejores. Ya no hay en quién creer, qué creer, cómo creer, excepto para consumo privado e industrial. La esperanza anda desrumbada y agónica. Nieva mucho y fuerte en los corazones que buscan calor llenándose de cosas. Hoy, más que nunca, y precisamente porque miles de millones de personas en el mundo son sacados o "excluidos" de la posibilidad de una vida digna, las utopías, como dice Frey Betto, "no solo tienen futuro, sino que se tornan necesarias y urgentes. Pero no se encontrarán en ningún estante de supermercado. Surgirán en la medida en que los empobrecidos se vuelvan artífices de cambios hacia un futuro mejor (...)"En algún sitio leí la queja de aquel cura que decía que muchos se confesaban de haber tenido malos sueños pero nadie se confesaba del pecado mucho más grave de no soñar. No permitamos que nos roben el derecho a soñar, que es el más importante de todos los derechos. Sin él, no tienen sentido los demás. Sería terrible sí no pudiéramos imaginar un mundo diferente, soñar con él como proyecto y entregarnos con esperanza y alegría a su construcción. Opongamos nuestra capacidad de soñar al antisueño de los pragmáticos. Recordemos a Facundo Cabral: "Si dejamos morir nuestros sueños seremos pobres, si los cuidamos y ponemos en práctica, seremos ricos".Según la mitología de nuestros indígenas Yekuana, un sueño de Dios creó a los hombres y mujeres y les dio vida imperecedera más allá de las apariencias del dolor y de la muerte: Dios lo soñaba mientras cantaba y agitaba sus maracas, envuelto en humo de tabaco, y se sentía feliz y también estremecido por la duda y el misterio. Los Yekuanas saben que si Dios sueña con comida, fructifica y da de comer. Si Dios sueña con la vida, nace y da nacimiento. La mujer y el hombre soñaban que en el sueño de Dios aparecía un gran huevo brillante. Dentro del huevo, ellos cantaban y bailaban y armaban mucho alboroto, porque estaban locos de ganas de nacer. Soñaban que en el sueño de Dios la alegría era más fuerte que la duda y el misterio; y Dios, soñando, los creaba, y cantando decía: "Rompo este huevo y nace la mujer y nace el hombre, Y juntos vivirán y morirán. Pero nacerán nuevamente. Nacerán y volverán a morir y otra vez nacerán y nunca dejarán de nacer porque la muerte es mentira".
(Galeano).

No hay comentarios.: